lunes, 24 de septiembre de 2018

DE QUE TE SIRVE SENTIR SI NO LO EXPRESAS?

Yo no elegí ser abusada. Simplemente sucedió.

Ya dejé de victimizarme por eso y de sentir que en algún punto me lo merecía. No estoy enojada, no tengo odio en mi corazón. Ya no siento ese rechazo por mí misma ni hacia los demás. Dejé de buscar culpables y de sentirme culpable. Y a él lo pude perdonar. Incluso le tengo compasión, me hubiese gustado poder ayudarlo a ser mejor persona.

Pero a esa niña que me habita, mi niña interior, en ocasiones el mundo le sigue doliendo y pareciendo un sitio muy cruel. Por momentos camina agarrada a mis piernas y moviendo la cabeza en todas las direcciones para ver que nadie se le acerque demasiado. Me cuesta hacerle entender que ahora estoy yo para protegerla y que nada malo va a volver a pasarle, le doy mi palabra. Le explico que el mundo puede ser también un lugar maravilloso si lo miramos desde otra perspectiva. Que no tenga miedo de sufrir porque al final de cuentas cada día que comienza es una nueva oportunidad de hacer algo bueno, de hacer lo correcto. Y hacer lo correcto poco tiene que ver con el reconocimiento ajeno, se trata mas bien de la paz que se siente al tener la certeza de que, aunque nadie nos está mirando, tenemos una conducta elevada. Quizá hacer lo correcto hoy sea compartir este fragmento de mi historia para ayudar a alguien más a reconocer su propio proceso.

La construcción del amor propio, la autovaloración y de lo que a mí me gusta llamar el "egoísmo sagrado" -que se basa en ponerme a mí misma en primer lugar por sobre todas las cosas y evaluar cuál es el verdadero aporte que una persona o situación puede hacerle a mi vida- es una tarea muy ardua pero altamente satisfactoria, quizá el trabajo más difícil pero también el más gratificante que puedas hacer por vos mismo. Merece la pena intentarlo.

Elijo pensar que el transitar por este mundo es un juego de Consciencia. Cuando las cartas se reparten, te toquen las que te toquen, tenes que jugarlo. Y que no gana el que se descarte primero ni el que le saque más ventaja al resto sino que gana aquel que jugando sus cartas, cualesquiera sean, despierte a esa Consciencia suprema que mora en su propio Ser y se instale en ella.

viernes, 26 de mayo de 2017

LA COSA SE PUSO NEGRA (tercera y última parte)

Está parado frente a mí y se está desvistiendo. Lo miro desde la cama tratando de perpetrar este recuerdo en mi memoria para siempre, no quiero que se me escape ningún detalle y suplico que se detenga el tiempo ahora mismo y este momento permanezca tan eterno como sea posible. Afuera el mundo estalla de conflictos, desencuentros y odio y acá, en mi pequeño templo, en este refugio donde esta permitido soñar y ser feliz, está a punto de librarse una mágica batalla de poder y sumisión, donde va a perder el que sucumba primero ante los trucos del otro. Algunos están preocupados por el aumento del dólar y yo solo pienso en que quiero ser penetrada por su hombría.

Si tuviera que describir mi postura frente a esta situación diría que soy lo más parecido a un pavo real macho (porque sí, mi aspecto masculino está desarrollado) con mi plumaje totalmente desplegado para cautivarlo con su belleza pero también buscando intimidarlo hasta que me respete lo suficiente. Es obvio que está acostumbrado a tener el control, no puedo esperar para hacerle temblar el piso.
No se me ocurre una mejor idea para agradecerle sus dedicados masajes que rodear su miembro con mis dos manos hasta depositarlo en mi boca. Dicen que el que pega primero, pega dos veces. Cualquier intento suyo por mantenerse cuerdo no va a dar resultado por la siguiente media hora mientras yo lo siga mirando traviesa y desafiante, sin dejar de estimularlo con mis habilidades.

Busca contra atacar aprovechando mi entrega y en un movimiento limpio y letal, haciendo uso de toda su fuerza, me gira en el aire con la misma destreza que mi vieja gira un panqueque en una sartén y me deja indefensa a la merced de su voluntad. La realidad es que puede aniquilarme y no me asusta, todo lo contrario, me excita de una manera inusual, me humedece, me dilata, me perturba. Quiero sentir ese instante en el que se abre paso dentro mío pero espero que suceda antes de que tenga que pedírselo. Me interpreta a la perfección y se embarca en la dulce tortura de besar cada espacio de mi cuerpo. Está claro que no va a avanzar hasta que se lo pida.

-¿En qué estas pensando?. Me susurra al oído, provocador.
-En que voy a tener que empeñar mis ahorros para comprar una silla de ruedas.

Estalla en una carcajada que lo saca totalmente del clima. Me encanta verlo sonreír y me río también mordiéndome el labio inferior. La química que hay entre nosotros se percibe a un radio de distancia bastante amplio. Estamos envueltos en una poderosa energía que nos conecta más allá de la palabra y empiezo a imaginar que estamos muy cerca de meternos en problemas. Le rodeo el cuerpo con mis brazos y mis piernas y lo traigo hacia mí, se pone serio como quién se vuelve a concentrar en una tarea y se dispone a invadirme, casi sin aviso. Mi cuerpo no está preparado para una conquista semejante pero ha decidido ceder ante su presencia. Con la primera embestida se ganó mi respeto; con la segunda, puso a prueba mis límites y con la tercera consiguió mi lealtad.

Bailamos toda la tarde enredados en las sábanas. Si los vecinos aún no nos han denunciado es porque tienen las manos ocupadas masturbándose gracias a nuestro concierto de quejidos y suplicios. Pienso que si discute con la misma pasión con la que coge entonces no me gustaría verlo nunca enojado. Estoy exhausta, tengo la piel impregnada de fluidos ajenos, manoseado hasta el hartazgo, explorado y conquistado en toda su extensión. Está tirado en la cama mirando al cielo raso, la mitad de mi cuerpo está sobre su cuerpo y la otra mitad está celosa de que no la acarician. No miramos fijo a los ojos durante un buen rato, sin decirnos nada porque no hace falta. Apoyo mi oído en su pecho para escuchar el intento que hace su corazón de volver a latir en un ritmo normal, me acaricia el pelo y me besa en la frente.

- Me tengo que ir a trabajar.- Dice mientras me aprieta y sacude mis glúteos con una sola mano.
- Fue un placer haberte conocido y espero volver a verte algún día.- le contesto, en tono de despedida, asumiendo que quizá esta es la única oportunidad que tengo de expresarle lo mucho que me gustaría repetir la experiencia.
- ¿Qué te parece en tres horas para cenar?
Y vuelvo a quedarme absorta en esa sonrisa peligrosa.


Está enojada y no la culpo, de verdad que no lo hago. No sabe pero sabe, intuye, olfatea, supone, ata cabos, relaciona, imagina que él, su marido, y yo nos hemos involucrado. Como pan y mantequilla, como Bob Esponja y Patricio, como dos moléculas de hidrógeno necesitan una de oxígeno para ser agua. Ese abrazo inicial, ciertamente, terminó siendo uno de esos lugares favoritos en el mundo donde siempre dan ganas de volver.

jueves, 29 de diciembre de 2016

LA COSA SE PUSO NEGRA II

Son las cuatro menos cuarto de la mañana de un sábado y mientras me pinto las uñas de los pies pienso si realmente me gusta este negrazo descomunal o la poca luz de esa noche y las bebidas ingeridas me nublaron el criterio. Hace quince días que nos conocimos y desde entonces no hemos dejado de planear como sería este nuevo encuentro. Estoy nerviosa, lo admito. ¿Y si ahora no me gusta? ¿Y si el idioma se convierte en una barrera para comunicarnos? ¿Y si me parte al medio o me lastima? ¿Y si nunca aparece? ¿Y si mejor me dejo de joder y me voy a dormir? Más me vale estar lúcida mañana porque quizá sea el primer día del resto de mi vida. Además al despertarme tengo que terminar de ordenar algunas cosas en el pequeño pero prolijo y siempre bien aromático mono ambiente en el que vivo. ¿Debería invitarlo a mi casa tan pronto? me pregunto por último. ¡Pero que clase de pregunta es esa! Me respondo casi al instante. Hemos pasado estas últimas dos semanas conversando durante largas e interminables horas acerca de nuestras vidas por separadas y en conjunto. Es obvio que lo voy a invitar porque aunque una parte de mí está preocupada por su integridad física y emocional, la otra quiere que venga lo antes posible.

Me despierto con una sensación en el cuerpo mezcla de adrenalina, endorfinas y ansiedad muy parecida a la que se vive cuando cumplís quince años. Hoy voy a verlo. Estoy emocionada y asustada por igual, signo de que efectivamente me gusta este hombre. Se está haciendo tarde, mejor me doy prisa. Son las dos y media de la tarde y me dice que en media hora nos encontramos en una casa de comida rápida cerca de su hotel. Decido ponerme un vestido de esos que caminan por la delgada línea entre sexy e infantil, original y ridículo. En este momento deben estar haciendo treinta y cinco grados a la sombra así que tomar el subte es un alivio.

Llegué. Me persigno imaginariamente frente a un Dios en el que no creo, atravieso la puerta y mi corazón comienza a galopar más fuerte que todos los caballos del hipódromo de Palermo, creo que intenta salirse de mi pecho e huir despavorido a cruzar la avenida nueve de julio esperando que algún taxista desquiciado lo atropelle. Tengo el pelo suelto, muy poco maquillaje y una sonrisa que no se me borra porque estoy muy nerviosa y porque sé positivamente que con ella puedo lograr que cualquier hombre se rinda a mis pies. Me abraza fuerte y me recorre íntegra con la mirada libidinosa, esa misma que usó al despedirnos tiempo atrás. Está acompañado por otro sexy hombre de su tamaño y no puedo evitar pensar que es injusto y hasta adolescente tener una cita un domingo a las tres de la tarde en un Mc Donald´s con alguien que viene con apoyo logístico. Me recuerda cuando no existía celulares, internet ni redes sociales y la fuente de agua frente a la Catedral de Mar del Plata era punto de reunión de amigos, amantes, prófugos y relaciones públicas de matinee. Por un momento pienso en que están planeando raptarme y venderme a la red de trata de personas y al instante siguiente me surge la idea de que van a intentar persuadirme de tener sexo con ambos a lo cual creo que no voy a presentar mucha resistencia. Me río de mis propios pensamientos y trato de evaporarlos, los caballos se convirtieron en ratones y se mudaron de mi pecho a mi cabeza. ¡Basta muchachos!¡Se calman!, le dije a los roedores mentales. Intento parecer normal. "Es la primera vez de mi amigo aquí y no habla una palabra en español. Vamos a acompañarlo de vuelta al hotel y estoy libre", me dice.

Aún no llega el verano y el calor incendia el asfalto mientras su sola presencia hace lo mismo en mi entrepierna. Es mucho más alto y simpático de lo que recordaba. No almorcé nada y se me ocurre que ir por un helado es una buena opción. Se queja un poco del calor al tiempo que se quita la remera oscura que lleva puesta y se queda con una musculosa blanca de morley de esas que usan los gangsters y raperos en las películas. ¡Qué infernal es! Su piel brilla y su sudor emana aroma a coco y almendras y por un segundo deseo profundamente empezar a lamerlo en plena calle y apretarlo. Sí, sí, tengo muchas ganas de apretarlo sobre todo contra mi cuerpo. Nos sentamos en un banco a la sombra, llueven flores de los árboles del parque esta tarde de primavera y no puedo evitar mirarle la boca cada vez que me habla. "¿Querés venir un rato a mi casa?", escupo casi como un eructo. "Sí". Rotundo, preciso, certero, decidido. Así de bien se debe sentir cuando dos enamorados están en un altar. Y allá vamos... a mi casa, no al altar.

Dos días antes le conté lo mucho que me duele la espalda y de camino se ofrece a hacerme unos masajes a lo que no presento ninguna resistencia. El taxi ha llegado a destino. Entramos. Prendo un incienso, pongo algo de Erikah Badu a sonar para ambientar y atestiguar este encuentro mientras busco en el placard un poco de aceite para masajes. Me recuesto boca abajo en la cama, me quito el corpiño y dejo caer por mis hombros los breteles del vestido hasta quedar con la espalda totalmente descubierta. Este vestido pasa automáticamente a ser una de mis prendas favoritas ya que creo que la ropa cuenta historias. Siempre tenemos más aprecio por algunas prendas que por otras, no por lo que cuesten si no por las experiencias que han vivido y este vestido me recordará por siempre a estos futuros masajes tan desesperados de deseo. Me besa la nuca provocando el colapso de todas mis terminales nerviosas y los pelos se me erizan como a un gato amenazado. Comienza a masajearme la espalda, sus dedos son tan largos que la cubren casi por completo. Alguien debería haberme advertido... Esta clase de hombres deberían venir con un manual de instrucciones, un cartel de "WARNING" al menos. Puedo sentir su energía y sus intenciones a través del calor de sus manos, esto aún no ha empezado y yo acabo de decidir que, pase lo que pase, esta bestia predadora no va atravesar el umbral de mi puerta y dejar mi hogar siendo la misma persona que cuando entró.

Continuará ...

miércoles, 14 de diciembre de 2016

LA COSA SE PUSO NEGRA


"Estoy yendo a Argentina nuevamente y no encontraré paz hasta el día que te haga pagar por lo que hiciste. No tuve energías el año pasado pero esta vez si no te encuentro personalmente pagaré a alguien con la plata de mi marido para que lo haga y te arrepentirás de por vida de haberlo tocado."

Me atoré con la tostada. Esa mañana el desayuno era esta bomba y no había mate capaz de hacerla digerir. Está enojada y no la culpo, de verdad que no lo hago. No sabe pero sabe, intuye, olfatea, supone, ata cabos, relaciona, imagina, además tiene mucho tiempo. Ese famoso sexto sentido que nos atribuyen a las mujeres y del que en ocasiones nos enorgullecemos también puede torturarnos. En el fondo, en esa parte bien íntima de nosotras mismas donde se nos anudan los problemas, muchas veces desearíamos que las entrañas nos fallen.

Pero vayamos al principio. Viajemos a mi adolescencia perturbada donde Dennis Rodman empapelaba las paredes de mi habitación y participaba de mis sueños eróticos. Soñaba con grandes, transpirados y brillantes músculos negros después de mirar a los Bulls por la televisión. Supongo que ese mismo deseo reprimido fue el que me impulsó esa noche a agarrarlo de la mano cuando lo vi pasando por delante mío en el boliche, con la diferencia de que veinte años después sabía que ciertas decisiones pueden llevarte a otro nivel. Camino de ida que le dicen por ahí.

Cuando se dio vuelta me topé con la dureza de sus pectorales lo que me permitió recorrerlo, explorarlo, apreciar los siguientes cuarenta centímetros hasta dar con su mirada como quien contempla absorto una pieza de arte. "No hablo español" dijo con torpeza sin dejar de mostrarme sus hermosos dientes blancos a través de su carnosa sonrisa. Y ahí estaba yo hipnotizada, boquiabierta, estupefacta y poseída por la húmeda idea de morder esos labios exagerados, de caer rendida en esos interminables brazos musculosos. Él esperaba paciente a que yo volviera a este planeta sosteniendo mi mano con un poco más de fuerza ahora y atravesándome con la mirada, como una daga encendida, me incendiaba el cuerpo y la mente. "I don´t speak english but we can dance" alcancé a balbucear y vi el alivio en su cara. Más tarde entendería que él preferiría hacer el intento de entender mi inglés antes que de practicar su español.

Bailamos y conversamos durante toda la noche. Me fascina comprobar una vez más que hay un lenguaje universal que trasciende la palabra y es el lenguaje corporal, el lenguaje del amor, un lenguaje que afortunadamente no entiende de barreras y permite que dos personas completamente desconocidas puedan sentirse cercanas al cabo de un rato. Y ahí estábamos nosotros fluyendo en el mar de la seducción, coqueteando como adolescentes enardecidos, emanando ondas lujuriosas a través del calor de nuestras manos, de la aceleración del ritmo cardíaco, de las gotas de sudor rodando desde la frente hacia las sienes. Tengo la costumbre de salir sola y a esta altura de mi vida supongo que es un poco por cábala ya que muchas de las experiencias más lindas que he tenido fueron posibles gracias a vencer arduas batallas libradas contra Netflix, el sofá, los rechazos de mis amigas a salir y mis propias limitaciones mentales y otro poco porque soy la única en todos mis grupos de amigas que sigue soltera y sin hijos. Me bastó con mirar cómo se abría paso entre la multitud, mientras tomándome de la mano custodió mi andar hasta la puerta del baño y se detuvo allí cual guardaespaldas de Madonna a esperar que yo saliera, para agradecer a Dios, al Universo, a mi suerte de principiante o a todo eso junto de tener el suficiente coraje de animarme a vivir, de investigar y de creer que "NO" es una palabra que debería estar prohibida en ciertos contextos. Si él era la persona con la que cumpliría mi fantasía de acostarme con un negro eso equivalía a ir a jugar tu primer picado en el potrero de barrio y que en el pan y queso se decida que Messi juega para tu equipo.

Sin embargo esa noche lo único que le dí -teniendo yo tanto para dar- fue mi número de teléfono. Al día siguiente me tocaba trabajar muy temprano en un Congreso y una de las pocas lecciones de cocina que recuerdo haber retenido de mi madre es que la comida sabe mejor si se la cocina a fuego lento, es así como cada ingrediente desprende mejor su aroma hasta fundirse en uno solo y para saborear este delicioso banquete si había algo que no necesitaba que escaseara era el tiempo. Yo, la reina del fast food, la que almorzaba en la fila del banco o cenaba galletitas de agua con queso untable y mate por no cocinar, me había propuesto dejar servido el postre más delicioso para volver sola a casa de mis padres. Dos semanas después, según me había contado un rato antes, le tocaba viajar a la ciudad donde vivo actualmente. "De acuerdo, entonces ya mismo comienzo con el ayuno", pensé.

Nos despedimos con un abrazo intenso e interminable como el deseo que nos envolvía, como si ambos supiéramos con exactitud que ese abrazo acabaría siendo más tarde un refugio, uno de esos lugares favoritos en el mundo donde siempre dan ganas de volver. No terminaba de encender mi auto cuando sentí que me había enamorado y no acababa de entrar en mi casa cuando recibí un mensaje suyo. "Que descanses, hermosa. Nice to meet you, see you in two weeks".

Continuará...

martes, 19 de febrero de 2013

LA HISTORIA DEL PEDO EN LA CARA

No importa que tan relajada te encuentres. No cuenta que tanta confianza exista con el otro. No suma que seas desprejuiciada. No justifica que seas sexualmente evolucionada. No soluciona que intentes dar explicaciones. Nunca pero NUNCA por mas entregada que estés a los brazos del sexo puro, explícito, profundo y desenfrenado, permitas que tu esfínter se afloje... en la cara de tu amante.


Recuerdo que es masajista y que sus manos hacían milagros. Era tal la destreza y dedicación que tenía para hacerlo que parecía casi imposible no babearle la almohada. No había nadie capaz de conocer, investigar y conquistar el cuerpo humano como él. Todo un profesional. No puede haber sexo que termine mal si previo a eso te untan con varios aceites aromatizados y te dejan como un sahumerio viviente.

La cama estaba tirada en el piso porque no existía tal cosa. Apenas un colchón de una plaza en medio de un ambiente que intentaba ser cocina, comedor y, más adelante, también baño. La luz era tenue, la música agradable, los aromas deliciosos. En un escenario cómo ese, lástima de aquel de fuera capaz de atreverse a poner límites en el encuentro. Y yo no sería precisamente el caso.

Mi amante no sólo no tenía límites, al igual que yo, sino que además una gran predisposición para la exploración. Y esas manos milagrosas conquistaron cuánto espacio y recoveco encontraron a su paso. Pero claro, tanta conquista tanta conquista, el terreno se prepara para mayores desafíos. Su técnica consistía en alternar besos, caricias y sexo. Un poco de esto, otro poco de aquello y el cuerpo comenzaba a sufrir cambios. No alcanzaba a acostumbrarse a un estímulo que recibía el ataque por otro lado.

Me encontraba tirada en un sillón, completamente desnuda y entregada a un placer peligroso. Él, arrodillado frente a mí, se había dispuesto a ofrecerme tanto éxtasis como pudiese ser capaz de soportar. Pero, como dice el dicho, "no juegues con fuego que te podés quemar". En la medida en que comenzaba a fundirme en los placeres del orgasmo la energía contenida dentro de mí se expandía hacia fuera como un volcán en erupción transformada en forma de sonidos. Cuando ya creía no poder soportar tanta lujuria, cuando sentía desintegrarme por completo, cuando la relajación fue tan extrema, mi organismo no tuvo mejor idea que despedir del fondo de mis entrañas un pedo tan fédito, denso, sonoro e indegradable como el de un huevo duro caliente y recién pelado... ¡¡¡ directamente sobre su rostro !!!

¡¡¡ Por favor !!! Lo único que quería era encontrar el bendito botón de "eject" en ese puto sillón, que me empujara con un resorte desde el asiento hacia arriba, rompiendo la membrana del techo y con la fuerza suficiente para mandarme directo al espacio sin boleto de vuelta. ¡¡¡¡ ME QUERÍA MATAR !!!! ¡¡¡¡ La actriz porno al carajo !!!! Jamás me voy a olvidar la cara de asco que puso ese pibe fumándoselo todo sin anestesia. ¿¿¿¡ Dónde había quedado mi tránsito lento, mis constipaciones diarias... EH EH EH... DÓNDE !??? Mi cara se llenó de tanta sangre como fué posible, mis ojos estaban vidriosos a punto de romper en llanto y el olor a podrido ése que todavía no se evaporaba.

"Somos humanos"- me dijo. "Estas cosas pasan porque somos humanos. Si fuésemos máquinas, no sentiríamos nada, no disfrutaríamos ". El muy sorete, ¿encima trataba de ser comprensivo?¿De hacerme sentir bien? Me merecía que me sacara a la calle en pelotas NO que me diera el pésame total mas verguenza y humillación de la que sentía dificilmente pudiese experimentar. Estaba traumatizada. No me quedó más que vestirme como pude y salir "cagando" (JE!)



Era un gran masajista, sí. Era un amante dedicado, también. Pero para mí, de allí a la eternidad, siempre será "La historia del pedo en la cara".

sábado, 16 de febrero de 2013

CÓMO SABER SI TU RELACIÓN ESTÁ CONDENADA AL ÉXITO

Nadie tiene la fórmula mágica para hacer que una relación funcione. Pasada la etapa de enamoramiento, las cosquillas en la panza, el sexo desenfrenado y el estar de acuerdo en todo, nos vamos encontrando con el otro. El verdadero otro. No aquel que nos encanta las veinticuatro horas del día sino al que, de tanto en tanto, desearíamos no haber conocido jamás.

Pero la verdad más absoluta posible se presenta frente a nuestras narices durante la convivencia. La entidad dentro de la cual uno aprende honesta e indefectiblemente a conocer, sin anestesia, todos los aspectos de aquella persona que hemos elegido para vivir “felices por siempre”.

Si bien no existe una manual de instrucciones sobre cómo ser una buena pareja todos, en mayor o menor medida, podemos intuir cuáles serían las situaciones cotidianas que nos den un panorama aproximado sobre el modelo a seguir o nos pronostique si nuestra relación posee un futuro promisorio.

De existir, de poder elaborar cuando menos una guía práctica de bolsillo sobre patrones actitudinales a tener en cuenta para clasificar nuestra relación, incluiría los siguientes.

En la cocina:

Cuando se vuelve de trabajar todo el día fuera de casa y, pese a que el otro estuvo de franco, no sólo no lavó los platos del mediodía sino que tampoco los del desayuno ni los de la noche anterior.

Cuando a uno le gusta la comida naturista, baja en calorías y preparada en el momento y al otro le fascina las grasas, aceites, fritos y picantes.

Cuando, luego de dejar las rejillas relucientes gracias a un intensivo tratamiento en lavandina, la agarran para limpiarse las zapatillas, el vidrio del auto o las sillas del parque.

Cuando uno tiene ganas de cocinar pero ignora donde están las cosas guardadas, pide ayuda y termina sigilosamente desapareciendo y dejando al otro con todo a cargo.


En los espacios comunes:

Cuando comienzan a aparecer por arte de magia distintas prendas tiradas todas con tanto desparpajo y desinterés que uno acaba por tener que preguntar o, lo que es peor aún oler, para identificar qué debe llevarse a lavar y que está limpio.

Cuando se desea pasar de un ambiente a otro de la casa y un grito desesperado a la voz de “¡NO! ¡Pará! Quedate un segundo ahí” nos indica que alguien aprovechó la ocasión para desgasificarse y hay que esperar que la ventilación haga lo suyo.

Cuando dejamos algo en un sitio porque ese es SU maldito sitio, el lugar donde finalmente sabremos que vamos a encontrarlo pero que cuando vamos a buscarlo alguien lo corrió. Y no lo solo lo corrió sino que además no tiene ni la menor idea de dónde pudo haberlo dejado.

Cuando te piden que les acerques cosas que tienen al alcance de sus manos o ayudes a buscar objetos perdidos que se encuentran frente a narices.

En el baño:

Cuando mientras uno se está higienizando ingresa el otro para hacer lo mismo en el mismo momento.

Cuando el hombre está orinando y la mujer al ver ocupado el inodoro orina en el bidet .

Cuando descubrimos o nos descubren limpiando las partes íntimas en el lavatorio y secándolas con la toalla de la cara. Y, peor aún, cuando advertimos que nuestro hombre puede llegar a atreverse a orinar su propia mano mientras se lava.

Cuando aparece el inodoro patinado, el rollo de papel higiénico vacío, el baño tapado, los pelos en la pared de la ducha o en la rejilla, el espejo salpicado, las toallitas a la vista en el tacho de residuos.

En la habitación:

Cuando se monta una silenciosa pero agresiva, premeditada y cruel lucha por el poder del control remoto o las frazadas.

Cuando nos realizamos la pedicuría, manicuría o depilación frente a nuestra pareja.
Cuando terminamos peleados y sin hablarnos tratando de resolver quién fue el último que se paró y por tanto el responsable de apagar la luz.

Cuando, mientras uno se despierta cinco minutos antes de que suene su despertador, el otro necesita poner una alarma que suene cada cinco minutos durante media hora.

Cuando, contrariamente al inicio del romance donde los cuerpos parecen siameses, establecemos una línea imaginaria en el medio de la cama donde nadie puede excederse del límite e invadir el espacio del otro y, menos que menos, hacer contacto físico.

Cuando uno de los dos es excesivamente caluroso y muere por dormir desnudo, destapado y con un ventilador o aire acondicionado mientras que el otro prefiere absolutamente todo lo contrario.

Cuando dejamos preparada encima de la cama la ropa que vamos a ponernos para la fiesta que tenemos esa noche y simplemente alguien se tiró encima de ella y la dejó como un pergamino.



Amigos/as, en lo que a mí respecta, si ustedes se ven familiarizado con alguno de estos ítems, sigan adelante a paso firme que su relación va viento en popa. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

lunes, 18 de junio de 2012

LA QUINCEAÑERA

Mi viejo, que al menos fue capaz de presentersarse en el mío luego de amenazar hasta la noche anterior en que no lo haría, sentenció que de ningún modo acudiría al cumpleaños de quince de la hija de su mujer. Actitud que a mí me resulta sumamente familiar. Lo que no me esperaba es que a cambio de su ausencia fuesemos mi hermana y yo en su representación. Para que nos ubiquemos, hace ya una década que pasé por ese momento mágico que tuve que aceptar, sin decir ni mú, porque el puto corralito se llevó mi posibilidad de irme a Disney SOLA tal y como me lo habían prometido. Y las cosas cambiaron bastante.

Por empezar, mi hermanita menor no es de la clase de quinceañeras putitas que uno puede cruzarse en cualquier esquina del centro. Digamos que posee un grado de niñez bastante elevado. Con lo cual me imaginaba un típico cumpleaños de princesas, con velas, llanto, vals, videos y poco alcohol. Embole total. Mi hermana no tuvo mejor idea que pedirle a nuestra mamá suplente que intente sentarla cerca de los hijos de sus amigas por las dudas de que hubiese algo potable que garronear.

Previo paso por la peluquería donde no solo me peinaron la cabeza como a Luisa Kuliok sino que además me peinaron para adentro, nos fuímos para la festichola. Nuestra mesa era la número dos. La mismísima mesa donde estaba sentado toda la familia directa. Es decir, de un lado del ring la mamá y, hermanitas Pombo de por medio, el papá de la chiquita que no tuvo ningún reparo en mirarme toda la noche las tetas y comentarlas con el tío lejano de la familia mientras su mujer ponía cara de no entender. Al lado de mi hermana, por calentona le salió mal la jugada, le sentaron al único (casi) hombre que consiguieron, hijo del tío lejano y la yonofuí, que resultaba ser el padrino de la pendeja. Era el mismísimo Carlos Baute con esa sonrisa dibujada en la cara que me daba ganas de borrarsela de una piña. Por supuesto que yo solo no le hablaba sino que además alentaba al muchacho a que conversara con mi hermana por pelotuda.





La cuestión fue que entre una y otra copa de vino blanco la historia se fue poniendo interesante y decidimos analizar semejanzas y diferencias de esa fiesta vs. nuestras fiestas. Y salieron las siguientes conclusiones de la cabeza de dos veteranas borrachas.

- Las pendejas de quince años tienen acceso a una ropa y zapatos que nosotras no sólo no podíamos comprar sino que si osábamos querer usarlo nos sacaban las ganas a patadas en el orto.

-Durante no menos de cuarenta minutos sonaron todas las canciones de música electrónica comercial que haya dando vueltas en el mercado.

- Al tiempo que sonaba "La ventanita del amor", previo soborno mío al disc jockey, nosotras estábamos a punto de explotar de la emoción, agarramos a la agasajada para bailar, comentando "que buena canción!!" y la gurrumina no tenía NI idea de quien era el grupo "Sombras".

- Los hombres siguen bailando entre ellos y las mujeres se franelean como si fuesen novias, van agarradas de la mano para todos lados, se sientan unas arribas de otras y se acarician, mas en una intención de provocar que de confidentes.
Un poco nos debemos haber contagiado nosotras que entre el plato principal y el postre nos metidos en el baño a sacarnos esta foto.





Cuando el alcohol hizo lo suyo, no solo bailé el meneaito y conversé con Carlitos Baute, sino que en un acto de total inconsciencia y frente a todos los presentes desconocidos, me acerqué al medio de la pista, en actitud maleva le toqué el hombro a un niño devenido en wachiturro y lo desafié a un duelo de baile al mejor estilo Tinelli. Todos los presentes hicieron una ronda en torno a nosotros y yo terminé demostrando que estaré un poco gorda, estresada y vieja pero a este cuerpito lo hago hacer milagros de tanto en tanto.

Con los tacos flojos de mis zapatos y la resaca a cuestas, nos subimos a un taxi pensando con qué pegarnosla en la fiesta electrónica a la que nos dirigíamos. Y ahora, un mes y medio después, todavía rechazo las invitaciones del facebook de los compañeritos del colegio que se deben clavar mas de una pensando en las hermanitas mayores.