sábado, 16 de febrero de 2013

CÓMO SABER SI TU RELACIÓN ESTÁ CONDENADA AL ÉXITO

Nadie tiene la fórmula mágica para hacer que una relación funcione. Pasada la etapa de enamoramiento, las cosquillas en la panza, el sexo desenfrenado y el estar de acuerdo en todo, nos vamos encontrando con el otro. El verdadero otro. No aquel que nos encanta las veinticuatro horas del día sino al que, de tanto en tanto, desearíamos no haber conocido jamás.

Pero la verdad más absoluta posible se presenta frente a nuestras narices durante la convivencia. La entidad dentro de la cual uno aprende honesta e indefectiblemente a conocer, sin anestesia, todos los aspectos de aquella persona que hemos elegido para vivir “felices por siempre”.

Si bien no existe una manual de instrucciones sobre cómo ser una buena pareja todos, en mayor o menor medida, podemos intuir cuáles serían las situaciones cotidianas que nos den un panorama aproximado sobre el modelo a seguir o nos pronostique si nuestra relación posee un futuro promisorio.

De existir, de poder elaborar cuando menos una guía práctica de bolsillo sobre patrones actitudinales a tener en cuenta para clasificar nuestra relación, incluiría los siguientes.

En la cocina:

Cuando se vuelve de trabajar todo el día fuera de casa y, pese a que el otro estuvo de franco, no sólo no lavó los platos del mediodía sino que tampoco los del desayuno ni los de la noche anterior.

Cuando a uno le gusta la comida naturista, baja en calorías y preparada en el momento y al otro le fascina las grasas, aceites, fritos y picantes.

Cuando, luego de dejar las rejillas relucientes gracias a un intensivo tratamiento en lavandina, la agarran para limpiarse las zapatillas, el vidrio del auto o las sillas del parque.

Cuando uno tiene ganas de cocinar pero ignora donde están las cosas guardadas, pide ayuda y termina sigilosamente desapareciendo y dejando al otro con todo a cargo.


En los espacios comunes:

Cuando comienzan a aparecer por arte de magia distintas prendas tiradas todas con tanto desparpajo y desinterés que uno acaba por tener que preguntar o, lo que es peor aún oler, para identificar qué debe llevarse a lavar y que está limpio.

Cuando se desea pasar de un ambiente a otro de la casa y un grito desesperado a la voz de “¡NO! ¡Pará! Quedate un segundo ahí” nos indica que alguien aprovechó la ocasión para desgasificarse y hay que esperar que la ventilación haga lo suyo.

Cuando dejamos algo en un sitio porque ese es SU maldito sitio, el lugar donde finalmente sabremos que vamos a encontrarlo pero que cuando vamos a buscarlo alguien lo corrió. Y no lo solo lo corrió sino que además no tiene ni la menor idea de dónde pudo haberlo dejado.

Cuando te piden que les acerques cosas que tienen al alcance de sus manos o ayudes a buscar objetos perdidos que se encuentran frente a narices.

En el baño:

Cuando mientras uno se está higienizando ingresa el otro para hacer lo mismo en el mismo momento.

Cuando el hombre está orinando y la mujer al ver ocupado el inodoro orina en el bidet .

Cuando descubrimos o nos descubren limpiando las partes íntimas en el lavatorio y secándolas con la toalla de la cara. Y, peor aún, cuando advertimos que nuestro hombre puede llegar a atreverse a orinar su propia mano mientras se lava.

Cuando aparece el inodoro patinado, el rollo de papel higiénico vacío, el baño tapado, los pelos en la pared de la ducha o en la rejilla, el espejo salpicado, las toallitas a la vista en el tacho de residuos.

En la habitación:

Cuando se monta una silenciosa pero agresiva, premeditada y cruel lucha por el poder del control remoto o las frazadas.

Cuando nos realizamos la pedicuría, manicuría o depilación frente a nuestra pareja.
Cuando terminamos peleados y sin hablarnos tratando de resolver quién fue el último que se paró y por tanto el responsable de apagar la luz.

Cuando, mientras uno se despierta cinco minutos antes de que suene su despertador, el otro necesita poner una alarma que suene cada cinco minutos durante media hora.

Cuando, contrariamente al inicio del romance donde los cuerpos parecen siameses, establecemos una línea imaginaria en el medio de la cama donde nadie puede excederse del límite e invadir el espacio del otro y, menos que menos, hacer contacto físico.

Cuando uno de los dos es excesivamente caluroso y muere por dormir desnudo, destapado y con un ventilador o aire acondicionado mientras que el otro prefiere absolutamente todo lo contrario.

Cuando dejamos preparada encima de la cama la ropa que vamos a ponernos para la fiesta que tenemos esa noche y simplemente alguien se tiró encima de ella y la dejó como un pergamino.



Amigos/as, en lo que a mí respecta, si ustedes se ven familiarizado con alguno de estos ítems, sigan adelante a paso firme que su relación va viento en popa. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

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