miércoles, 25 de abril de 2012

LICENCIA PARA AMAR

Amigos mios, henos aqui nuevamente, luego de unas extensas vacaciones en las que me dispuse a navegar en los mares del amor, el sexo, la comida, la música y todo lo que trae aparejado estar saliendo con alguien. Sí. Me tomé una licencia para amar. Pero los extrañaba. Les cuento que me dí cuenta de algo. Me dí cuenta de que cuando estamos de novio, en realidad, nos estamos tomando una licencia. Elegimos a un/a pobre desgraciado/a a quien regalarle toooooooooooooodas las atenciones que seríamos incapaces de otorgarle a nadie mas. Que incluso negaríamos a nosotros mismos. En nombre del amor somos capaces de aprendernos la receta de su comida favorita, practicar alguna religión distinta e incluso, ofrecer nuestras esculpidas manos para rascarle la espalda. Así es. Asumimos que somos capaces de masajearle los pies luego de un intenso día de trabajo. De ponernos a dieta. Arrancar el gimnasio. Y en el caso de los mas osados, entablar relaciones amistosas, cuanto menos cordiales, con sus ex novios/as porque ellos terminaron bien. Aceptamos de buena manera sacrificar valiosos treinta minutos de sueño para llevarle el desayuno a la cama casi todas las mañanas. Asimilamos que tiene una relación casi matrimonial con su perro y damos el visto bueno a que, de tanto en tanto, lo suba a los pies de cama. Desarrollamos una enoooooooooooorme paciencia y contamos hasta cien antes de osar levantar ínfimamente el tono de voz. Sonreímos exageradamente porque alguna vez nos dijo que le gustaba nuestra sonrisa. Nos cortamos los dedos antes de llamar para hacerle un reclamo porque nos volvemos comprensivos, tolerantes y lógicos. Si nuestro/a compañero/a posee un trabajo con cierto grado de exposición entendemos que recibir propuestas indecentes del sexo opuesto tiene que ver con las reglas del juego. Nos quedamos toda la noche en vela si tiene fiebre. Pero a cambio, con toda la sutileza posible, exigimos. A mí, por ejemplo, me gusta que mi hombre me rasque la cabeza, me haga masajes, me traiga el desayuno a la cama, espere a que pasen mínimo quince minutos para dejar de hacerme cucharita y atrincherarse en la otra punta de la cama donde mis piernas calientes y mi culo frío no llegan a tocarlo. Le exijo que me haga felíz estirando la cortina del baño cuando está mojada, que se saque el calzón para meterse en la cama, que se deje apretar granos y sacar pelos encarnados, que acepte que mi celular debe sonar desde las siete hasta los ocho de la mañana, cada diez minutos, para terminar levantándome finalmente a la misma hora que él. A mi que no me vendan verdura. Yo no me fumo esa historieta de "dar sin recibir nada a cambio", no señor! A mí, si me conquistaste con los masajes de vaselina que arrancan en la nuca y terminan en quilombo, ni se te ocurra hacerte el cancherito diciendo que te duelen las manos. De ninguna manera. Yo te compro los frutos secos, acepto que te hagas vegetariano, practicamos el sexo taoísta y te ayudo a soldar los cables porque andas con problemas para enfocar pero vos me acompañas al cumpleaños de la tía Chola, me armas el bolso del gimnasio cuando sabes que ando corta de tiempo, aceptas mi inevitable impulso a interrimpurte antes de acabar cada frase para meter acotaciones y me piropeas mucho para contrarrestar los cuatro kilos que no puedo sacarme de encima. De esto me dí cuenta, entre tantas otras cosas, en este tiempo de licencia. Pero acá estamos. Ustedes lo pidieron, amiguitos/as, ustedes lo tienen. Calentemos otra vez los motores, hagamos arder las cubiertas, ajustémonos el cinturón. Volví. Me quedo. Vení, SUBITE A MI CAMION. Este posteo va dedicado a Rocío, María Cecilia, Sebastían, De tu madre y María Eugenia, que fueron los primeros cinco en sugerir mi regreso. Y también a Juanjo, Paula, Vicky, Federico, Romina, Anahí, Marcelo, Enriqueta, Paula, la Atucha, Jose, Juliana, elnegrofón, Markus, Nenu, el melli Maxi, Juan Ignacio y La Tola. Y muy pero muy especialmente, a ANITA Y SEBA, que si no fuera porque el embarazo los sensibilizó, estaban a punto de quitarme el saludo. AH! Y al ANTIGALAN, que contra todo pronóstico (tal como lo indica su apodo), se adueñó rotundamente de mi corazón