viernes, 26 de mayo de 2017

LA COSA SE PUSO NEGRA (tercera y última parte)

Está parado frente a mí y se está desvistiendo. Lo miro desde la cama tratando de perpetrar este recuerdo en mi memoria para siempre, no quiero que se me escape ningún detalle y suplico que se detenga el tiempo ahora mismo y este momento permanezca tan eterno como sea posible. Afuera el mundo estalla de conflictos, desencuentros y odio y acá, en mi pequeño templo, en este refugio donde esta permitido soñar y ser feliz, está a punto de librarse una mágica batalla de poder y sumisión, donde va a perder el que sucumba primero ante los trucos del otro. Algunos están preocupados por el aumento del dólar y yo solo pienso en que quiero ser penetrada por su hombría.

Si tuviera que describir mi postura frente a esta situación diría que soy lo más parecido a un pavo real macho (porque sí, mi aspecto masculino está desarrollado) con mi plumaje totalmente desplegado para cautivarlo con su belleza pero también buscando intimidarlo hasta que me respete lo suficiente. Es obvio que está acostumbrado a tener el control, no puedo esperar para hacerle temblar el piso.
No se me ocurre una mejor idea para agradecerle sus dedicados masajes que rodear su miembro con mis dos manos hasta depositarlo en mi boca. Dicen que el que pega primero, pega dos veces. Cualquier intento suyo por mantenerse cuerdo no va a dar resultado por la siguiente media hora mientras yo lo siga mirando traviesa y desafiante, sin dejar de estimularlo con mis habilidades.

Busca contra atacar aprovechando mi entrega y en un movimiento limpio y letal, haciendo uso de toda su fuerza, me gira en el aire con la misma destreza que mi vieja gira un panqueque en una sartén y me deja indefensa a la merced de su voluntad. La realidad es que puede aniquilarme y no me asusta, todo lo contrario, me excita de una manera inusual, me humedece, me dilata, me perturba. Quiero sentir ese instante en el que se abre paso dentro mío pero espero que suceda antes de que tenga que pedírselo. Me interpreta a la perfección y se embarca en la dulce tortura de besar cada espacio de mi cuerpo. Está claro que no va a avanzar hasta que se lo pida.

-¿En qué estas pensando?. Me susurra al oído, provocador.
-En que voy a tener que empeñar mis ahorros para comprar una silla de ruedas.

Estalla en una carcajada que lo saca totalmente del clima. Me encanta verlo sonreír y me río también mordiéndome el labio inferior. La química que hay entre nosotros se percibe a un radio de distancia bastante amplio. Estamos envueltos en una poderosa energía que nos conecta más allá de la palabra y empiezo a imaginar que estamos muy cerca de meternos en problemas. Le rodeo el cuerpo con mis brazos y mis piernas y lo traigo hacia mí, se pone serio como quién se vuelve a concentrar en una tarea y se dispone a invadirme, casi sin aviso. Mi cuerpo no está preparado para una conquista semejante pero ha decidido ceder ante su presencia. Con la primera embestida se ganó mi respeto; con la segunda, puso a prueba mis límites y con la tercera consiguió mi lealtad.

Bailamos toda la tarde enredados en las sábanas. Si los vecinos aún no nos han denunciado es porque tienen las manos ocupadas masturbándose gracias a nuestro concierto de quejidos y suplicios. Pienso que si discute con la misma pasión con la que coge entonces no me gustaría verlo nunca enojado. Estoy exhausta, tengo la piel impregnada de fluidos ajenos, manoseado hasta el hartazgo, explorado y conquistado en toda su extensión. Está tirado en la cama mirando al cielo raso, la mitad de mi cuerpo está sobre su cuerpo y la otra mitad está celosa de que no la acarician. No miramos fijo a los ojos durante un buen rato, sin decirnos nada porque no hace falta. Apoyo mi oído en su pecho para escuchar el intento que hace su corazón de volver a latir en un ritmo normal, me acaricia el pelo y me besa en la frente.

- Me tengo que ir a trabajar.- Dice mientras me aprieta y sacude mis glúteos con una sola mano.
- Fue un placer haberte conocido y espero volver a verte algún día.- le contesto, en tono de despedida, asumiendo que quizá esta es la única oportunidad que tengo de expresarle lo mucho que me gustaría repetir la experiencia.
- ¿Qué te parece en tres horas para cenar?
Y vuelvo a quedarme absorta en esa sonrisa peligrosa.


Está enojada y no la culpo, de verdad que no lo hago. No sabe pero sabe, intuye, olfatea, supone, ata cabos, relaciona, imagina que él, su marido, y yo nos hemos involucrado. Como pan y mantequilla, como Bob Esponja y Patricio, como dos moléculas de hidrógeno necesitan una de oxígeno para ser agua. Ese abrazo inicial, ciertamente, terminó siendo uno de esos lugares favoritos en el mundo donde siempre dan ganas de volver.

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