domingo, 2 de noviembre de 2025

Halloween: sí o no?

 Hermano qué quilombo que se armó en las redes sociales con el asunto del Halloween.

Que sí... que no... que caiga un chaparrón, arriba del colchón. Ah, re que nada que ver! Se disociaba. 

Ya todos sabemos que en Argentina Halloween nunca fue lo nuestro.


Recuerdo allá por el año 2010, cuando mi Sugar Daddy estaba haciendo la prueba de sonido en un garito donde iba a presentar su último disco. Era la última noche de mi viaje por España. Estábamos en Zaragoza un 31 de octubre. Salí a dar una vuelta por las calles y para mi sorpresa toooooooodo el mundo estaba disfrazado. TODOS. Los bares llenos, las calles, era impresionante. Algo que no había visto jamás. Y les estoy diciendo que pasó hace quince años atrás.

Me perdí el concierto. Decidí no volver a tiempo y quedarme bebiendo unas cañas con unos tipos hermosos. Y vibrar en esa energía festiva de yankilandia pero en europa.

Acá somos más de disfrazarnos solo cuando hay casamiento, fin de año en la oficina o un mundial. Pero claro, después tenés hijos… y las convicciones patrias empiezan a tambalear.

De pronto te encontrás comprando una capa de vampiro en Once, pintando calaveras con témpera y diciendo frases como “solo por esta vez”.

Esa frase que toda madre dice sabiendo perfectamente que ya no hay vuelta atrás.

Porque una vez que tu hijo descubre el poder de decir “dulce o truco”, se acabó la resistencia cultural.


Y ahí estás, colgando fantasmitas de papel, mientras pensás que, de chica, tu vieja no te dejaba ni mascar chicle.

Y te reís.

Porque entendés que tener hijos no solo te cambia la rutina… te reescribe el manual de coherencia.


De golpe te parece simpático un festejo importado, y te das cuenta de que lo importante no es de qué país viene la tradición, sino qué emoción deja.

Y si reírte con tu hijo disfrazado de zombie te arranca una sonrisa más que un spot de campaña, entonces bienvenido sea el capitalismo festivo.


Después de todo, somos un país donde se discute Halloween pero se defiende con fervor el cchoripán de cancha o recital. Donde la camiseta de la Selección une más que las urnas, y donde el grito de gol tiene más poder de convocatoria que cualquier discurso político.


Así que sí, este año voy a celebrar Halloween.

No por Estados Unidos, ni por la globalización.

Sino porque mi hijo se ríe, porque la vida necesita juego, y porque ya hay suficiente miedo y amargura en el mundo como para seguir negando una fiesta. 


jueves, 30 de octubre de 2025

Verano: ese reality donde todos fingen sorpresa al descubrir que el invierno dejó huella

 Llega noviembre y, con él, la época más hipócrita del año: la del “todavía estoy a tiempo de ponerme en forma”.


Bueno... NO, Dafne, no lo estás.

A menos que el verano al que apuntes sea el del 2030, y aun así lo dudo porque entre la sidra, el vermú, las papas fritas y el choripán del 25, se nos va cualquier chance de “definir el abdomen”.


Yo ya lo asumí: no llego en forma al verano.

Ni al próximo.

Ni al de mi próxima reencarnación.


La celulitis y yo firmamos un convenio de convivencia pacífica. Ella se queda, yo dejo de odiarla. Porque la vida es demasiado corta para decirle que no a una pizza.

Y si tengo que elegir entre radiofrecuencia, mio-up y una picada con vermú frío…

que me reemplace la máquina.


El bronceado disimula, el humor salva, y la sidra bien fría hace que todo importe un poco menos.

Así que si me ven en la playa con el traje de baño y la confianza puesta, no me digan “qué valiente”. No es valentía, es aceptación (y un 40% de alcohol etílico).


Porque sí, el verano me agarra otra vez con panza, celulitis y cero ganas de sufrir por eso.

Y qué suerte.

Porque las mejores historias no nacen en un gimnasio, nacen con la panza llena y el corazón contento.

Igual qué lástima que vivo en Mar del Plata y no en Jamaica, Brasil o Miami, donde los hombres se derriten por mujeres como yo: carnosas, abundantes y curvilíneas, con caderas que cuentan historias y piernas que no entran en los cánones, pero sí en las fantasías.

Acá, en cambio, el frío marplatense congela hasta el autoestima.
Y los algoritmos siguen vendiendo el mito del “fit”, del “detox”, del “plan verano”, como si tu cuerpo necesitara una auditoría para ponerse un bikini.

Pero no.
Mi cuerpo no necesita aprobación, necesita sol.
Y ganas.
Y un poco de salsa en vez de culpa.

Porque si viviera en Jamaica, estaría bailando con orgullo mi celulitis al ritmo del dancehall. En Brasil, sería patrimonio cultural. Y en Miami, tendría un club de fans.

Pero bueno, me tocó Mar del Plata.
Así que bailo igual, con las piernas que tengo y el alma encendida.
Porque a fin de cuentas el problema no es el cuerpo: es el lugar donde aún no aprendieron a celebrarlo.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Qué lindo que te den como chancla vieja: duro y sin piedad.

El verdad que el romanticismo está en crisis. Que ya nadie escribe cartas, que los besos no duran y que es difícil la conexión.

Pero hay algo que nunca pasa de moda:

Ese momento en que alguien te mira, te agarra, y te da como a cajón que no cierra.


Sí, lo dije! FUERTE Y CLARO. Y no me arrepiento. Qué lindo es que te peguen una buena culeada.


Porque hay una verdad universal y poco confesada: a veces, lo único que se necesita es una buena sacudida con entrega, fuerza y garra.


Y no estoy hablando solo de fuerza física.

Estoy hablando de la intensidad emocional, del cuerpo que se rinde al deseo como si no existiera mañana, del "me vas a olvidar, pero no esta noche".

Porque el sexo fuerte no es solo hardcore.

Es conexión brutal.

Es entrega sin miedo a despeinarse, a romper una media o a que se escuche el colchón haciendo más ruido que tu reputación.


Y sí, hay una delgada línea entre que te amen con fuerza… y que parezca que están haciendo crossfit encima tuyo.

Por eso se valora al que lo hace bien. Gracias señor por esos hombres que no se guardan nada, que no miden generosidad pasional. Al que no pide permiso con palabras, pero lo hace con piel, con mirada, con presencia.

Ese que sabe que no se trata de apurar los trámites sino de tomarse el tiempo para penetrar sin miedo. Emocionalmente, físicamente, existencialmente.


Y cuando todo termina y quedás tirada como trapo en la cama, pensás:

"Quién puede quejarse de no haber recibido un ramo en primavera cuando se liga flor de cogida. Qué lindo fue."


lunes, 22 de septiembre de 2025

Síntomas febriles

 Entró al consultorio pensando "me siento rara".

Fiebre leve, malestar general y una ansiedad que se le notaba en las piernas cruzadas con demasiada tensión.


—Pasá —dijo el médico—. Te voy a revisar.


Lo miró y se mareó de verdad.

Era perfecto.

Torso ancho, antebrazos venosos, voz grave, ojos que te desnudan sin mover un dedo.

Y esas manos. Por favor, ESAS MANOS!


Se sentó. Él le tocó el cuello  para palpar las amígdalas y la calentura le subió hasta las orejas.


Y entonces sucedió.

Pero no en la realidad.

En esa dimensión paralela donde las fantasías se desatan sin pedir permiso.


Él cerraba la puerta del consultorio con llave.

Ella se paraba frente a él, dejando caer la camisa

La falda se abría sola.

Y ahí estaban:

Su lengua recorriéndole el cuello, los dientes en la clavícula.

Las manos del médico bajándole la ropa interior con la misma precisión con la que mide la temperatura.


La sentaba en la camilla y se arrodillaba frente a ella, como si rezara en un altar sagrado.

La boca húmeda, hambrienta.

Los dedos jugando entre sus muslos, deslizándose sin pedir permiso.


Ella gemía.

Él la miraba desde abajo, con los labios brillando y una sonrisa obscena.

Después la alzaba y la hacía suya con una fuerza que no enseñan en ninguna universidad de medicina.


Gemidos contenidos.

Respiraciones rotas.

La camilla que crujía como un testigo silenciado.


Y justo cuando iba a gritar, cuando el orgasmo la iba a partir al medio, la voz de él la sacudió.


—¿Estás bien? ¿Podés arremangarte para que te tome la presión?


Volvió al mundo real.

Seguía ahí, sentada en la camilla frente al doctor, con la ropa puesta y las mejillas rojas.

Él la miraba desconcertado.

Ella sonrió.


—Sí, perdón... me mareé un poco.


Se arremangó.

Y mientras él le envolvía el brazo con el tensiómetro, ella pensaba en que a veces el mejor sexo no se practica… se imagina.

lunes, 21 de julio de 2025

En esta vida solo quiero mate, memes y mis amigxs cerca.

 La amistad, che… esa maravilla argenta que empieza con un “¿te copa salir?” y termina con un “acá estoy, siempre”.

Porque si algo sabemos hacer bien en este país —además de asado, mate y quejarnos con razón— es armar una familia paralela de amigos que no te juzgan si llegás con cara de lunes un sábado, si llorás por el mismo ex por quinta vez, o si te ponés en pedo con dos fernet.


Amigos son los que aparecen cuando todo se cae… o cuando hay chisme.

Los que te dicen la verdad aunque duela, pero después te ceban el mate con cariño.

Los que no te abandonan ni cuando tu vida parece un capítulo de Casados con Hijos cruzado con Black Mirror.


Son los que te mandan memes en vez de terapia.

Los que sabés que si no te responden en el grupo es porque están vivos, ocupados o con resaca.

Los que te bancan en el barro y en la gloria.

Y que, aunque pasen meses sin verse, cuando se juntan es como si no hubiese pasado ni un día.


Porque la amistad no tiene obligación, pero sí compromiso.

No tiene reglas, pero sí códigos.

Y no siempre tiene la misma intensidad, pero si es real, se convierte en un vínculo atemporal.


Así que brindemos hoy por esa familia elegida, la que nos salva todos los días de perder la cabeza y nos recuerda que, por más que todo esté jodido, con amigos cerca, la vida siempre vale el quilombo.


domingo, 6 de julio de 2025

Un turro al año no hace daño (y a veces hasta hace bien)

 Hay que decirlo con todas las letras: el turro tiene mala prensa. Pero en el fondo… todos tuvimos uno que nos sacó una sonrisa, nos revolvió el alma y nos hizo sentir más vivas que una alarma de incendio a las 3 de la mañana.


Porque el turro, ese espécimen argento de manual, no se caracteriza por la estabilidad emocional, ni por la responsabilidad afectiva. Pero ¡cómo besa! ¡Cómo mira! ¡Cómo te hace reír en el momento justo!

Es el que te manda un “¿estás?” a las 2.14 a.m. y vos, aunque ya sabés cómo termina la película, igual la volvés a ver porque hay algo en esa forma de llegar tarde… que te toca.


El turro es encantador sin esfuerzo, contradictorio, intenso, y –aunque lo niegue– bastante sensible.

Te puede hablar del último partido de la Libertadores y, en la misma conversación, contarte que sueña con tener una cabañita en el sur y un perro que se llame Marley.

Tiene cero planes de futuro contigo, pero te hace sentir que sos el presente más vibrante de su vida.


Y no, probablemente no sea el que se quede.

Pero a veces se necesita uno que no se quede, pero que te despierte.

Uno que te devuelva al cuerpo, a la piel, a las ganas.

Que te haga perder un poquito la cabeza para después encontrarte más lúcida que nunca.


Así que no lo niegues.

No lo ocultes.

No lo odies.


Porque si fue un turro de los buenos, te hizo reír, te hizo vibrar y, al final del día, también te enseñó algo.

domingo, 29 de junio de 2025

Team invierno: esa secta misteriosa que disfruta sufrir en silencio

 Hay personas raras.

Y después está el Team Invierno.


Gente que se levanta con 3 grados bajo cero, ve cómo se le escarcha la nariz, se le parte el alma al pisar el piso helado del baño, y aún así te dice con una sonrisa congelada:


“¡Ay, me encanta el invierno! ¡Es tan acogedor!”


¿Acogedor, Marta?

¿Vos viste el viento que hace en Mar del Plata en julio?

Ese viento que te empuja media cuadra, te arranca el paraguas y te mete un bofetón de arena en la cara.

En Mar del Plata no hay brisa fresca. Hay microagresiones climáticas.


Te dicen que el frío “te permite vestirte mejor”. Claro, si por "mejor" entendés parecer un oso polar con capas de ropa térmica, bufanda XXL, dos pares de medias y la dignidad olvidada en el cajón.

¿La moda invernal? Esconde más cuerpos que una serie policial sueca.


Después vienen con la otra mentira favorita del team:

“En invierno dormís mejor.”

Claro, porque primero tenés que pasar 40 minutos templando las sábanas como si estuvieras preparando un asado.

Metés una pierna, se te duerme del frío. Metés la otra, y te acordás que te olvidaste la bolsa de agua caliente. Dormís tan bien que soñás que estás en el Ártico abrazando un radiador.


Y si vivís en Mar del Plata, sabés que el invierno no es una estación.

Es una amenaza.


Un “veranito” en pleno julio es simplemente una trampa. Salís con camperita, confiada, y el clima te castiga con una sudestada que parece sacada de una película Apocalíptica.


Ah, pero el team invierno sigue firme, tomando café con cara de postal nórdica, publicando fotos de hojas secas en stories como si vivieran en Copenhague y no al lado del puerto, donde el viento tiene cuchillos.


Decir que te gusta el invierno marplatense es como decir que te gusta que te rompan el corazón “porque te hace sentir vivo”.

Está bien si lo sentís...

Pero hacételo ver.

jueves, 12 de junio de 2025

La nueva pandemia: LA SOLEDAD

 Hay una epidemia silenciosa que no sale en los noticieros. No tiene vacuna, ni barbijo que la prevenga. Y no te deja sin olfato, pero sí sin ganas. Sin apetito por la vida.

Es la soledad.

Esa que se cuela cuando terminás de ver una serie y no tenés a quién contarle el final. Esa que se sienta a comer con vos, en silencio, frente a la pantalla. La que te arropa cuando te acostás con el celular en la mano, esperando que alguien —alguien— se acuerde de vos.


Estamos más conectados que nunca, y sin embargo nos cuesta horrores conectar de verdad. Perdimos el hilo. O lo cortamos por miedo a enredarnos.


El mundo se volvió un lugar de paso. Las personas también. Todo es rápido, descartable, efímero.

Nos vinculamos sin compromiso, nos hablamos sin escucharnos, nos vemos sin mirarnos. Y así, de a poco, se nos fue olvidando cómo se construye un vínculo. Cómo se cuida. Cómo se sostiene. Cómo se habita.


Ya no sabemos quedarnos. Nos cuesta poner el cuerpo. Las emociones. La paciencia. Nos enseñaron que estar solo es sinónimo de fortaleza, que no depender de nadie es sinónimo de éxito. Pero nadie nos explicó qué hacer cuando esa independencia empieza a doler.


¿A dónde nos va a llevar esta soledad que elegimos como escudo?

Porque sí: la elegimos, aunque la suframos.

La usamos para evitar el rechazo, para que no nos rompan el corazón, para no mostrar la versión real de nosotros que no siempre tiene filtro ni ángulo.


Pero somos seres sociales. Estamos diseñados para vincularnos. Para compartir. Para ser en relación a un otro.

Y sin embargo, cada vez estamos más lejos del otro. Más encerrados en nosotros mismos. Más cómodos en la incomodidad de no necesitar a nadie, aunque por dentro lo deseemos con todas las fibras del cuerpo.


Y lo más triste es que empezamos a convencernos de que esto es lo normal. Que amar a alguien que se quede es demasiado pedir. Que confiar es de ingenuos. Que mostrarse vulnerable es una debilidad.


Entonces, ¿qué nos queda?

Nos queda la ansiedad.

La hiperproductividad.

El multitasking emocional.

Las citas que duran lo que tarda el delivery.

Las historias que nunca se terminan de escribir.


Y, a veces, las lágrimas que caen en silencio, mientras la notificación dice “en línea” pero nadie escribe.


Capaz la pregunta no es “¿por qué estamos tan solos?”

Sino: ¿qué estamos haciendo para dejar de estarlo?


Porque tal vez sea hora de volver a buscarnos. De mirar más allá de la pantalla. De hablar desde el estómago, no desde el ego. De construir vínculos donde el otro no sea una opción más, sino una elección consciente.


Porque el mundo puede estar lleno de gente… pero si nadie te abraza cuando llorás, eso no es compañía.

Es ruido.


Y quizás lo único que nos pueda salvar, al final, no sea la independencia, ni la autosuficiencia, ni el ghosteo a tiempo.

Sino algo tan básico y tan poderoso como esto:

la capacidad de quedarse.


viernes, 30 de mayo de 2025

Monogamia: ese deporte extremo que jugamos sin casco

 Dicen que la monogamia está en crisis. Pero, seamos honestas: ¿alguna vez no lo estuvo?


Ofrecer una relación monógama en estos tiempos de mensajitos con emojis sospechosos, likes estratégicos a las 2 a.m. y ex que reviven como zombis digitales, es casi como prometerle al nutricionista que nunca más vas a comer pan. Todos sabemos que no es cierto. Pero igual asentimos con convicción, pan en mano.


Porque claro, la monogamia sigue siendo el default romántico. “¿Están saliendo?” “Sí, somos exclusivos.” Exclusivos como si fueran un modelo de zapatillas de edición limitada. Pero nadie pregunta si son honestos. Porque eso ya sería mucho.


Y acá es donde empieza el dilema: ¿es hipócrita ofrecer monogamia cuando, como especie, tenemos el GPS interno apuntando al pecado ocasional? ¿No sería más justo decir: “Quiero estar con vos... pero dejo la puerta entreabierta por si un día me cruzo con alguien que me sepa mirar como ese actor sueco de la serie nórdica que nadie vio”?


Las parejas abiertas, mientras tanto, se nos presentan como los yoguis del amor. Gente evolucionada, sin celos, con calendarios compartidos donde anotan cuándo cada uno se va a acostar con otra persona, pero siempre con amor, diálogo y consentimiento. Suena hermoso. Ideal. Y agotador.

Porque abrir la pareja no es solo abrir la puerta, es abrir el alma, la autoestima, la agenda y, en muchos casos, la billetera (hola, terapias de pareja).


Y si las parejas abiertas son los yoguis del amor... los swingers son directamente los acróbatas del deseo.

Gente organizada, con perfiles, reservas, protocolos, códigos de vestimenta y hasta snacks saludables para después del salto triple mortal con pirueta incluida.

No se enamoran —dicen—, no se confunden —juran—, y lo viven como un club social, donde nadie le debe explicaciones a nadie, pero todos están depilados.

Son como una secta sin gurú, pero con mucha práctica. Y con menos tabú que una reunión de tupperware.


Entonces estamos atrapados entre tres modelos:


La monogamia mentirosa (“te juro que sos la única, pero dejé Tinder por si acaso”)


La no-monogamia aspiracional que muchas veces termina siendo una batalla de egos disfrazada de libertad


Y el swinging consensuado, donde todo se habla, se prueba y se rota, como si el deseo fuera una picada en la que nadie se queda con hambre



Y en el medio, la gente común. Como vos, como yo. Que solo queremos que alguien nos elija... y no se olvide de seguir eligiéndonos, incluso cuando se aburre, cuando hay crisis, cuando aparece la vecina nueva con piernas eternas y nombre de shampoo francés.


Tal vez el problema no es la monogamia, ni la apertura, ni los tríos con reservación.

Tal vez el problema es prometer eternidad en un mundo que no dura ni 24 horas sin cambiar de algoritmo.


Pero bueno, sigamos intentando. Porque aunque nadie tenga la receta, todos seguimos buscando esa conexión que no necesite doble tilde azul para confirmar que existe.


Y si me preguntás, prefiero una infidelidad honesta (sí, las hay) que una monogamia de postureo, donde todo es fidelidad... salvo la contraseña del celular.


lunes, 26 de mayo de 2025

CHAT DE MAMIS. Ese multiverso paralelo

No sabés en qué momento pasó, pero ahí estás: sumergida en el chat de mamis del colegio. Un lugar místico, caótico y ligeramente aterrador, donde se habla más que en la ONU y reina el emoji del pulgar arriba.

Todo empieza con inocencia: “Hola chicas! ¿Cómo andan?”. Y cinco horas después hay 243 mensajes sin leer, un conflicto diplomático por el disfraz de la feria medieval y una guerra civil por si se hace vaquita o no para el regalo de la seño.

El grupo de WhatsApp de mamis del colegio es un ecosistema propio, un universo paralelo donde la lógica se suspende y las notificaciones nunca duermen. Es el lugar donde una simple pregunta puede desencadenar una avalancha de mensajes, y donde cada madre asume un rol que, aunque no lo admita, desempeña con fervor.


Perfiles destacados del grupo:

La "Cuchara": No pincha ni corta, pero está en todas. Nunca opina, nunca organiza, pero siempre está presente con un "Ok" o un emoji de pulgar arriba.

La "Breaking News": La primera en compartir cualquier información, sin verificar. Desde alertas de enfermedades hasta rumores de cambios en el calendario escolar. Su lema: "Por las dudas, lo comparto".

La "CEO del grupo": Organiza colectas, listas, eventos y hasta las meriendas. Si no fuera por ella, los chicos irían disfrazados de cualquier cosa cualquier día.

La "Zen": Siempre con mensajes positivos y reflexiones profundas. En medio del caos, envía un "Respiremos profundo, mamis".

La "Detective": Sabe todo de todos. Si alguien falta, ella ya tiene la razón. Si hay un nuevo maestro, ya investigó su historial.

La "Silenciosa": Nunca escribe, pero lee todo. Su presencia se siente, aunque no se manifieste.

La "Memera": Su aporte al grupo son memes, stickers y videos. A veces acertados, a veces no tanto, pero siempre presentes.

La "Dramática": Todo es una tragedia. Si el chico se olvidó la cartuchera, es el fin del mundo. Si llueve, es una catástrofe.

La "Alternativa": Promueve meriendas orgánicas, actividades al aire libre y cuestiona todo lo establecido. Siempre tiene una propuesta diferente.

La "Chismosa": Tiene la información más jugosa, pero siempre la comparte con un "No es por chusmear, pero...".


Un día típico en el grupo:


07:00 AM: "Buen día, mamis. ¿Hoy hay gimnasia?"


07:05 AM: "Sí, pero llevan ropa de calle encima."


07:10 AM: "¿Alguien tiene la tarea de matemáticas?"


07:15 AM: "Adjunto foto de la página del libro."


07:20 AM: "Les comparto esta nota sobre la importancia de la alimentación saludable."


07:25 AM: "Chicas, ¿hacemos vaquita para el regalo de la seño?"


07:30 AM: "¡Miren este meme! 😂"


El chat de mamis es como el horóscopo: no sabés si creerle, pero igual lo leés.


Y ojo, si te animás a silenciarlo, es porque tenés un corazón fuerte y nervios de acero. Porque el miedo a perderte "la circular que mandaron por foto" es real.

Así que sí. Criar hijos en comunidad incluye compartir memes, stickers de ositos llorando y debatir si los cupcakes tienen que ser veganos, sin azúcar y sin gluten para la fiestita de Nico. Después dicen que la maternidad no es un trabajo full time…

Y así, entre mensajes útiles, otros no tanto, y una buena dosis de humor involuntario, el grupo de mamis sigue su curso, siendo el reflejo de la vida escolar y, por qué no, de la vida misma.


viernes, 23 de mayo de 2025

PAREN EL MUNDO QUE ME QUIERO BAJAR

Despertate.

Dale despertate. No vas a llegar.

Tengo que poner la ropa en el lavarropas. 

Revisé el uniforme? El lunes hay acto, voy a poner una alarma.

No te olvides de poner una fruta en la vianda, aunque nadie se la coma.


Cuando era el turno con el pediatra? No me tengo que olvidar de sacar turno para la VTV que venció en marzo. Tampoco de sonreír. Que Leoni me está mirando.

Voy a preparar el desayuno. Necesito que empiece a comer más variado! Le tengo que recordar que se cepille los dientes. Otra vez.

No me tengo que olvidar de firmar el cuaderno, preparar la mochila, revisar si hay que mandar algo para el proyecto de PDL.

Ya se despertó? Ni cinco minutos de silencio. No le grites. Tené paciencia. Estás criando un adulto sano, no generando traumas.

Tengo que ser más firme, pero amorosa. Tengo que ser todo. Todo el tiempo. Por qué tengo que ser todo, todo el tiempo? Harta estoy. 


Llego al trabajo. No me maquillé. Se me va a notar el cansancio. Hoy es miércoles? Tiene terapia. Mañana es lo del curso. Menos mal que el viernes no trabajo en la escuela. Uy pero tengo que hacer las galletitas del cumple y el contenido para todas las redes.


Qué me falta para el cumple? Confirmé el inflable? No le compré nada. No puedo no comprarle nada… Cuánto falta para el aguinaldo? 


Respondé los mensajes, las preguntas, las llamadas, los mails. No te olvides de comprar papel higiénico, pan y el regalo para el cumpleaños del fin de semana.


Tengo que tomar más agua y empezar a hacer ejercicio. Tambien ddebería empezar a meditar y estar más presente.


No te olvides de ser buena madre, soy buena madre? Buena profesional soy. Eso sí. O eso creo. Pero, buena madre? Como sé si soy buena madre si siento que lo hago todo como el culo?


No te olvides de vos, Dafne.

(No te olvides de vos. No te olvides de vos.) Quiero un novio. O una novia. Quiero amor. Necesito querer y que me quieran.

Más necesito un terreno. Estoy harta de alquilar. Estoy harta de criar sola. Estoy harta de sostener todo. Estoy harta. A qué gimnasio puedo ir? 


No me tengo que olvidar de hacer la lista del súper, que el papel higiénico no aparece mágicamente en el baño.

Mirá el grupo de WhatsApp del colegio, que mandaron un recordatorio con veinte signos de exclamación.

¡¡Me olvidé otra vez del día del juguete!!


Que lindo llegar a casa.

Qué comemos? Lo voy a mandar a bañar. El uniforme está limpio para mañana? tiempo de juego… no tengo ganas. No quiero jugar, quiero dormir. Tambien quiero culear. ¿Cuándo voy a culear? eh? ¿Cuándo? O que me culeen, mejor. Yo no quiero ni moverme, no tengo energía.  


Arreglá lo que se rompió. Consolá lo que se quebró.

Guardá los miedos. Los tuyos, para después.

Tengo que ser más agradecida.

Hay gente que daría todo por estar en mi lugar. Buó… PONELE.



Dormite, dale que es tarde. Mañana vas a estar cansada otra vez. Tenes el cuerpo rendido y la cabeza todavía andando. Cómo se apaga esta radio? Necesito dejar de pensar.


Hice todo? que me faltó? Qué podría haber dicho o hecho mejor? Me querrá cuando sea grande? Porque siento que no me soporta. Ni yo me soporto.


La carga mental no se ve.

No aparece en radiografías.

No la cubre la prepaga.

Pero pesa como una mochila llena de piedras. Y te obliga a sonreír con los hombros rotos.


Tu hijo llora.

Tu pareja te dice que te tomes todo con más calma.

Tu jefa dice que estás distraída.

Tu mamá te sugiere que descanses un poco, pero no te ofrece ayuda.

El kiosquero te pregunta por qué estás tan seria.

Vos apretás los dientes.


Estás cansada.

Y lo sabés.

Pero afuera esperan que sigas girando como si nada.

Que seas madre sin errores.

Mujer sin descuidos.

Profesional sin fisuras.

Hija sin reproches.

Amiga disponible.

Cuerpo impecable.


Pero hoy no.

Hoy se te cayó todo.

La sonrisa, el control, la memoria, el alma.


Y explotás.

Y entonces el entorno se disgusta.

Porque cuando la mujer explota, siempre hay alguien que dice:

“¿Y esta qué le pasa?”

Como si todo lo que cargás no fuera suficiente justificación.


Y vos ahí.

Con la olla rota en las manos.

Pensando si mañana vas a poder volver a juntar los pedazos… o si alguien —por una vez— te va a ayudar a sostenerla.



martes, 20 de mayo de 2025

AMORES QUE NO SE QUEDAN PERO TAMPOCO SE VAN

 Hay historias que parecen escritas con tinta invisible. Que, aunque intentemos borrarlas, vuelven a revelarse con el tiempo, como si la memoria tuviera su propio capricho.


Hace seis años escribí “La cosa se puso negra”, una trilogía real, sin filtros, de una relación clandestina, intensa, desprolija y profundamente humana. Una historia donde el deseo y la pasión desbordaba pero el amor no bastaba. Donde lo vivido dolía… pero también se celebraba en cada mirada robada, en cada excusa mal armada, en cada despedida que parecía final pero nunca lo era.


Pasó el tiempo.

Mucho.

Y un día, hace exacmtente una semana, como si el universo se hubiese tomado el atrevimiento de escribir un epílogo, llegó este mensaje:


"Yo también te amé. Y siempre recordaré con cariño los momentos que compartimos. Los extraño todo el tiempo. Fueron algunos de los mejores momentos de mi vida y te lo agradezco. Me enseñaste mucho sobre mí mismo y siempre me cuidaste. Siempre te querré por lo que eres."


Leí.

Volví a leer.

Temblé.

Salté en la cama y un poco lloré.


Finalmente pudo pronunciar aquellas palabras que no necesitaron ser dichas para existir. Pero qué bien suenan! Porque ratifican que ese lazo fue inquebrantable. Porque en su momento las necesité y no las tuve. Y hoy que no las necesito pronunciadas de su boca, las abrazo como una de las mayores certezas de mi vida.


Nos amamos. Incluso sabiendo que no iba a poder ser.


Porque los amores que no fueron —pero tambien lo fueron todo— no se olvidan. No importa cuánto tiempo haya pasado. Hay partes de una que se quedan a vivir en esos vínculos imposibles. Que aprendieron a amar en el tiempo presente. Que se resignaron a ser “la otra” no por falta de dignidad, sino por exceso de aceptación.


Ese mensaje no reabre la historia. Porque ya es una historia infinita.

Pero sí confirma algo:

Hay amores que no se quedan.

Pero tampoco se van.

Se esconden en los márgenes de lo que pudo haber sido.

Y, cada tanto, nos devuelven una frase que vuelve a hacernos vibrar…

como la primera vez.


domingo, 18 de mayo de 2025

CRECER APESTA (pero acá estamos igual)

Cuando sos chico, crecer parece una promesa: "Cuando seas grande vas a poder hacer lo que quieras." 

Spoiler: no es cierto.

Cuando sos grande hacés lo que podés, con lo que hay, a la hora que te queda.


De chicos nos preocupaba que alguien nos robe los lápices nuevos.

De adultos, que la AFIP nos robe el alma.


Cuando tenías diez años llorabas porque se te rompió tu juguete favorito.

A los treinta y cinco  llorás porque se te rompió el caño del baño y no sabés si llamar al plomero o prender fuego todo.


En la adolescencia tu mayor problema era que te guste alguien y no te dé bola.

Hoy te gusta alguien y te da bola… y te das cuenta que viene con tres deudas, un ex que manda audios pasivo-agresivos y una relación confusa con su madre.


Las salidas también cambian.

Antes: vestirte en casa de tu amiga, tomar lo que haya en la heladera, bailar hasta que te echen del boliche, desayunar medialunas con olor a humo y rímel corrido.

Ahora: juntarse en una casa a las 21, mirar el reloj a las 23, bostezar a las 23:15, inventar excusas a las 23:30, estar en la cama a las 00:00 con un té digestivo y Netflix que te pregunta si seguís vivo.


Crecer es tener una contractura misteriosa que apareció sola mientras dormías.

Es tener que pedir turno para ir al médico pero también para llorar.

Es ver que el supermercado está cada vez más caro y los vínculos cada vez más baratos.

Es darte cuenta que tus padres tenían razón… pero ya es tarde para decírselos sin que te lo refrieguen.


Crecer apesta, sí.


Pero también es descubrir que podés con todo.

Que esa versión tuya, que se viste de adulto y sale a enfrentar el mundo con ojeras, listas de pendientes y ansiedad, está mucho más cerca de la verdad que aquella que esperaba que la vida viniera con instrucciones.


Y aunque duela, aunque duermas con protector de bruxismo, tomes magnesio en ayunas y hagas terapia para sostenerte, hay algo inmensamente poderoso en seguir creciendo:


Ya no necesitás que todo tenga sentido para saber que estás exactamente donde tenés que estar.

Porque ahora sabés que no se trata de entender la vida…

Se trata de animarte a vivirla, con todo lo que trae.


Incluso cuando arde.

Incluso cuando pesa.

Incluso cuando apesta.


Ahí estás vos.

Creciendo igual.


Y eso, amor, es de valientes.


sábado, 17 de mayo de 2025

SOS INTIMIDANTE

Dos palabras. Un diagnóstico no solicitado que me han dado más veces que mi tipo de sangre. Me lo dijeron ex novios, familiares, jefes con y sin corbata, amigas con cerveza en mano y hasta un mozo que no supo si acercarse o huir cuando pedí que me cambie el plato porque no es lo que había pedido.


 “Sos intimidante” es una frase que me ha acompañado a lo largo de la vida. Siempre con esa mezcla de admiración cuando es propiciada por una mujer y miedo cuando la pronuncia un varón, como si ser una mujer segura de sí misma fuera un acto de rebeldía. 


"Tenes que cambiar un poco la personalidad para no espantar a los tipos". Claro, el problema soy yo, no? No existe en la faz de la Tierra un hombre que se sienta atraído por una mujer fuerte de carácter y espíritu.


Al principio, pensaba que era un cumplido disfrazado de crítica, como un insulto escondido en un halago. Después comprobé que estaba en lo cierto. Ser intimidante tiene una connotación super negativa. Pero luego también entendí que, para algunos, una mujer que sabe lo que quiere y no teme decirlo es una amenaza.  No porque sea agresiva sino porque desafia los estereotipos de género que esperan que seamos sumisas y complacientes. 


¿Qué les pasa a los hombres con las mujeres que saben lo que quieren? ¿Por qué una que habla claro, que no necesita permiso ni aprobación para existir, de pronto se vuelve una amenaza?


No tengo un látigo en la cartera, no soy Cruella ni Margaret Thatcher. Solo tengo carácter, opinión, independencia económica y cero ganas de hacerme la tonta para caer simpática o agradar.


Pero claro, eso incomoda. Porque una mujer fuerte no entra en el molde de “salvame”, sino que, en todo caso, te pregunta si tenés salvavidas... o si preferís aprender a nadar de una vez. Ya intenté ser la salvadora de un par, además, y no solo no salvé a nadie sino que presencié mi propia muerte en el proceso. Y el nuevo renacer en una versión mejorada.


Lo que para mí es seguridad, para otros es soberbia. Lo que es claridad, ellos lo ven como agresión. Y lo que es criterio, lo traducen como “me está desafiando mi masculinidad frágil, mejor huyo al monte”.


¿Y si cambiamos la narrativa?¿Y si en vez de decir “sos intimidante”, probamos con: “me falta madurar emocionalmente para estar a la altura de una mujer que se banca sola pero igual elige compartir”?


Porque al final del día, el problema no es ser intimidante. El problema es que nos enseñaron que las mujeres deben ser dulces, suaves y un poquito sumisas. Y si te salís de ese guion, chau, fuiste. Sos “difícil”. Sos “mandona”. Sos “poco femenina”.


Y yo ya estoy grande para fingir delicadeza cuando lo que tengo es fuego. Y un sarcasmo filoso que no entra en ningún estereotipo de princesa de Disney.


La otra noche, mientras fumaba un cigarrillo con un extraño que me conocía de algún lado (más yo no tenía idea de quien era hasta que me puso en contexto), me dijo: "tampoco te aproveches de que estos te estén atrás y te pongas en exigente, porque te vas a quedar sin el pan y sin la torta". Algo así como que si tengo "la buena fortuna" de que un par de tipos me esten siguiendo toda la noche en un bar con intenciones -digamos todo- exclusivamente sexuales, yo tengo que dejarme seducir si o si. 


Y le expliqué mi teoría fundada de muchos hombres se sienten atraídos por mujeres inteligentes, seguras o exitosas pero solo si están ubicadas a ciertos metros de distancia.  Cuando se enfrentan cara a cara pueden sentirse inseguros y menos masculinos. Es un hecho que las mujeres intimidantes gustamos de lejos.


Así que sí, tal vez soy intimidante. Pero no voy a pedir perdón por eso. Voy a seguir siendo esa mujer que incomoda a los cobardes y enciende a los valientes. Porque ser una mujer fuerte no es un defecto.  Es una virtud.  Y si eso intimida a algunos, que así sea. 










miércoles, 14 de mayo de 2025

CRONICA DE UN NACIMIENTO MÚLTIPLE: porque parir tambien es morir

Quiero dejar un mensaje claro: la maternidad no se parece en nada a lo que te venden en los comerciales, las redes sociales y las revistas. 


Me encantaría quitar el velo rosado de romanticismo que cubre a la maternidad y darle esa cuota de realidad que tiene. Por empezar (y esto es absolutamente personal) ser madre no es lo mejor que te puede pasar en la vida. Ganarte un viaje a las Bahamas all inclusive en un concurso de radio podría serlo, pero ser madre no lo es.


Me detengo acá porque vale la aclaración: la persona que venga a decirme frases del tipo "y si no querías ser madre para que lo tuviste" o lo que es peor aún "hubieses cerrado las piernas", que cierre el esfinter porque suele ser el mismo perfil de individuo que cuando lo abortas proclama "el feto tiene sentimientos y era un potencial ingeniero". 


Retomo: ser madre no es lo mejor que te puede pasar en la vida aunque debo reconocer que es la experiencia más trascendental que puedas tener; un viaje interior donde indefectiblemente debes cuestionarte todo lo que sabías (o creías saber) hasta el momento. 



En segundo lugar así luce el cuerpo de una mujer a seis días de haber parido. Por que aunque muy a mi pesar tuve una cesárea, a mi hijo lo parí. Parí cada contracción, cada pujo que hice, parí los diez centímetros que dilaté y también la decisión de ir a cirugía cuando me dijeron que sus pulsaciones estaban bajando y que eso podía provocarle sufrimiento. 


Y fue entonces que nacimos. Nació él -mi adorable hijo- y nací yo como madre. Además de nosotros dos nacieron la culpa, los miedos, el insomnio, la angustia. Y sobre todo nació un amor tan inmenso y desconocido que abruma. Un amor capaz de matar o morir por protegerle. 


Con el nacimiento de un hijo también nacen un centenar de opinologos que creyeron y siguen creyendo saber mejor que vos cuáles son las necesidades de tu cachorro y ahora entiendo porque todas mis perras, al haber parido sus crías, le mostraban los dientes y gruñían a todo aquel que quisiera acercarse. 


Y por último, como todo en la vida es cíclico para mantener el orden cósmico, existe también una muerte. Muere la mujer que eras: se extingue, desaparece, se esfuma. Mueren tus prioridades, tu ego, tu individualidad y tu identificación con el cuerpo. Muere tu apego a lo superficial.


Olvidate de vos amiga. Game over. Tirate de cabeza a las profundidades más oscuras de tu psiquismo para hacer la limpieza que no haces ni en tus placares cuando cambia la temporada. Ah... Vos sí querías ser madre? O sea, lo planeaste, lo buscaste, quedaste embarazada y hasta elegiste el día que nazca para que sea de Sagitario en vez de Capricornio? Da igual, la carga mental no discrimina. No te preocupes, todo se pondrá peor. ¿Te suena la frase: "chicos chicos problemas chicos. Chicos grandes problemas grandes"?. Es broma pero no es mentira.


Te salva la tribu. Armar red de contención. Gente que te escucha exorcisar los pensamientos más turbios y no te juzga. Por el contrario te hace un té, te compra un chocolate o lleva a la plaza a tu hijo para que puedas dormirte una siesta o depilarte el bozo. Agradezco y honro la muerte de esa que fuí y este renacer. Agradezco a mi León por haberme elegido como mamá. Agradezco a mi tribu que sostiene fuerte incluso cuando aparento que no me derrumbo. Y en especial a ese  que, aunque los huevos solo los tuvo bien puestos para salir corriendo e huir de sus responsabilidades, sin saber -y sin querer- me hizo el mejor regalo posible.





martes, 13 de mayo de 2025

CARTA A UN PADRE QUE NO ESTA

No sé si alguna vez te preguntás por él. No sé si alguna vez soñás con su voz, o si cuando ves a un chico de su edad en la calle, algo se te aprieta por dentro. Pero yo quiero decirte algo que quizá ya sepas, o quizá hayas tratado de olvidar: aunque no estés, seguís siendo su papá. Ausente, pero papá al fin. 

Porque desaparecer no borra el lazo. No borra el 50% de ADN que él lleva con vos, ni los gestos que heredó sin conocerte. Es alto, flaco y atlético, como vos. Carismático. Creativo. Rechina los dientes cuando duerme. Ama a los animales, todos. Hasta los que dan un poco de miedo. Sueña con ser millonario y youtuber. Se ríe fuerte. 

Y cada tres o cuatro meses me pregunta por vos. No con bronca. Con genuina curiosidad. Como quien sabe que falta una pieza del rompecabezas, pero no se enoja con el fabricante. Y yo, que lo veo crecer, no puedo ser madre y padre. No me alcanza. No me sale. Porque no hay tal cosa. Solo soy una madre, haciendo lo mejor que puedo. 

La imagen del padre, la construye con lo que no tiene. Con lo que escucha, con lo que imagina, con lo que espera. Tu ausencia no es un olvido. Es una presencia que duele en silencio. Que pesa en cada pregunta sin respuesta. Que deja huella en los lugares vacíos: en las fotos escolares, en los actos del colegio, en los partidos del sábado, en los abrazos que se da a sí mismo cuando no sabe a quién pedir consuelo. 

No escribo para reclamarte nada. No te pido explicaciones. No busco pelea. Solo quería recordarte que allá afuera hay un ser humano que lleva tu historia en su sangre. Y que, aunque vos no lo veas, existe. Y aunque vos no estés, te espera. 

En una familia repleta de gallinas a veces comete el delirio de decir que es de Boca. Me imagino lo feliz que te haría saber eso.

Obvio que me pregunto qué fue lo que se activó adentro tuyo con la noticia de mi embarazo. A veces pienso que es la religión. Pero de qué sirve ayunar un mes entero en Ramadán sino respondes a los principios más fundamentales. En otras ocasiones pienso en el peso que la opinión de tu padre tiene sobre vos (la cual espero que haya cambiado) y tu miedo a decepcionarlo con una noticia semejante. Que el refuerce su teoría de que en verdad no sos lo suficientemente bueno. 

Pero me encantaría preguntarte algo que me intriga mucho. A quién es peor decepcionar más: a un padre que no te quiso demasiado o a un hijo que se muere por quererte?

domingo, 11 de mayo de 2025

EL AMOR EN TIEMPOS DE SCROLLEO

Cuarenta. Cuarenta años. Cuatro décadas. El pelo lleno de canas, dos vermús y un buen polvo de nostalgia. Así me encuentro: a punto de cumplir 40 en enero, ese mes en el que todo el mundo está de vacaciones y nadie te viene a saludar porque están muy ocupados con la arena, el sol y el "nos vemos a la vuelta". 

Spoiler: de chica tampoco venían. Cumpleaños en enero es sinónimo de piñata vacía y amigas en la costa. Paradigmas que una arrastra hasta el presente, como el flequillo mal cortado o el amor por los hombres emocionalmente no disponibles. 

 Y sin embargo, acá estoy: con casi 40 encima y con una idea absurda, maravillosa y fuera de época… quiero volver a enamorarme. Sí, dije enamorarme. Esa cosa cursi, arriesgada y cada vez menos común. Tan vintage e incómodo, que no sabés si te va a dejar el corazón hecho una remera vieja que solo sirve para limpiar vidrios o si va a terminar en una historia digna de contarle al mundo. 

Lo sé, lo sé… Enamorarse hoy es casi como usar pantalones de corderoy: incómodo, pasado de moda y poco práctico. Pero a mí me late. Me late fuerte (estamos hablando del corazón, no?) Porque vamos a decir la verdad: Tinder me parece un supermercado del sexo mediocre. Una góndola infinita de perfiles que prometen mucho y entregan poco. La mesa de saldos en oferta. Y lo peor: sin devolución. Si la cita fue un desastre, te la tragas (estamos hablando de la cita, verdad?) como si hubieras comprado un yogur vencido. Mala suerte. 

 Así que pensé… ¿y si hacemos una app como Google Maps, pero de personas? ¡Una donde puedas dejar reseñas de tus citas! “Martín, 3 estrellas. Buen mozo pero habló de su ex toda la noche.” “Pablo, 4 estrellas. Ríe con ganas, pero llegó 45 minutos tarde y no pidió disculpas.” Algo útil, con comentarios reales. Con fotos si hace falta. Con puntuación en “beso”, “charla” y “nivel de trauma no resuelto”. Una app así me haría sentir más conforme. O al menos sabría a qué atenerme antes de invertir en depilarme las piernas y elegir bombacha linda “por si acaso”. 

 Cumplo 40 en enero, sí. Pero por primera vez, no me pesa. Porque tengo ganas de algo real. No busco fuego artificial, busco brasita constante. Alguien que no me quiera convencer de nada, que simplemente quiera quedarse. A reír, a tomar un malbec hablando de música o proyectos inconclusos, a contar historias que no estén curadas con filtro de Instagram. Aunque ya no esté de moda, yo sigo creyendo en el amor. En el ridículo, en el que te pone nerviosa sin razón. En el que te hace pensar “¿y si esta vez sí?” 

 Y si no, bueno… siempre puedo emprender con la app. Porque al final, lo único que nunca pasa de moda es el deseo de que alguien te mire como si fueras el último trago de esa sidra bien fría, en alguna veredita del barrio, un 14 de enero con 27 grados.