Dicen que la monogamia está en crisis. Pero, seamos honestas: ¿alguna vez no lo estuvo?
Ofrecer una relación monógama en estos tiempos de mensajitos con emojis sospechosos, likes estratégicos a las 2 a.m. y ex que reviven como zombis digitales, es casi como prometerle al nutricionista que nunca más vas a comer pan. Todos sabemos que no es cierto. Pero igual asentimos con convicción, pan en mano.
Porque claro, la monogamia sigue siendo el default romántico. “¿Están saliendo?” “Sí, somos exclusivos.” Exclusivos como si fueran un modelo de zapatillas de edición limitada. Pero nadie pregunta si son honestos. Porque eso ya sería mucho.
Y acá es donde empieza el dilema: ¿es hipócrita ofrecer monogamia cuando, como especie, tenemos el GPS interno apuntando al pecado ocasional? ¿No sería más justo decir: “Quiero estar con vos... pero dejo la puerta entreabierta por si un día me cruzo con alguien que me sepa mirar como ese actor sueco de la serie nórdica que nadie vio”?
Las parejas abiertas, mientras tanto, se nos presentan como los yoguis del amor. Gente evolucionada, sin celos, con calendarios compartidos donde anotan cuándo cada uno se va a acostar con otra persona, pero siempre con amor, diálogo y consentimiento. Suena hermoso. Ideal. Y agotador.
Porque abrir la pareja no es solo abrir la puerta, es abrir el alma, la autoestima, la agenda y, en muchos casos, la billetera (hola, terapias de pareja).
Y si las parejas abiertas son los yoguis del amor... los swingers son directamente los acróbatas del deseo.
Gente organizada, con perfiles, reservas, protocolos, códigos de vestimenta y hasta snacks saludables para después del salto triple mortal con pirueta incluida.
No se enamoran —dicen—, no se confunden —juran—, y lo viven como un club social, donde nadie le debe explicaciones a nadie, pero todos están depilados.
Son como una secta sin gurú, pero con mucha práctica. Y con menos tabú que una reunión de tupperware.
Entonces estamos atrapados entre tres modelos:
La monogamia mentirosa (“te juro que sos la única, pero dejé Tinder por si acaso”)
La no-monogamia aspiracional que muchas veces termina siendo una batalla de egos disfrazada de libertad
Y el swinging consensuado, donde todo se habla, se prueba y se rota, como si el deseo fuera una picada en la que nadie se queda con hambre
Y en el medio, la gente común. Como vos, como yo. Que solo queremos que alguien nos elija... y no se olvide de seguir eligiéndonos, incluso cuando se aburre, cuando hay crisis, cuando aparece la vecina nueva con piernas eternas y nombre de shampoo francés.
Tal vez el problema no es la monogamia, ni la apertura, ni los tríos con reservación.
Tal vez el problema es prometer eternidad en un mundo que no dura ni 24 horas sin cambiar de algoritmo.
Pero bueno, sigamos intentando. Porque aunque nadie tenga la receta, todos seguimos buscando esa conexión que no necesite doble tilde azul para confirmar que existe.
Y si me preguntás, prefiero una infidelidad honesta (sí, las hay) que una monogamia de postureo, donde todo es fidelidad... salvo la contraseña del celular.
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