Llega noviembre y, con él, la época más hipócrita del año: la del “todavía estoy a tiempo de ponerme en forma”.
Bueno... NO, Dafne, no lo estás.
A menos que el verano al que apuntes sea el del 2030, y aun así lo dudo porque entre la sidra, el vermú, las papas fritas y el choripán del 25, se nos va cualquier chance de “definir el abdomen”.
Yo ya lo asumí: no llego en forma al verano.
Ni al próximo.
Ni al de mi próxima reencarnación.
La celulitis y yo firmamos un convenio de convivencia pacífica. Ella se queda, yo dejo de odiarla. Porque la vida es demasiado corta para decirle que no a una pizza.
Y si tengo que elegir entre radiofrecuencia, mio-up y una picada con vermú frío…
que me reemplace la máquina.
El bronceado disimula, el humor salva, y la sidra bien fría hace que todo importe un poco menos.
Así que si me ven en la playa con el traje de baño y la confianza puesta, no me digan “qué valiente”. No es valentía, es aceptación (y un 40% de alcohol etílico).
Porque sí, el verano me agarra otra vez con panza, celulitis y cero ganas de sufrir por eso.
Y qué suerte.
Porque las mejores historias no nacen en un gimnasio, nacen con la panza llena y el corazón contento.