miércoles, 24 de septiembre de 2025

Qué lindo que te den como chancla vieja: duro y sin piedad.

El verdad que el romanticismo está en crisis. Que ya nadie escribe cartas, que los besos no duran y que es difícil la conexión.

Pero hay algo que nunca pasa de moda:

Ese momento en que alguien te mira, te agarra, y te da como a cajón que no cierra.


Sí, lo dije! FUERTE Y CLARO. Y no me arrepiento. Qué lindo es que te peguen una buena culeada.


Porque hay una verdad universal y poco confesada: a veces, lo único que se necesita es una buena sacudida con entrega, fuerza y garra.


Y no estoy hablando solo de fuerza física.

Estoy hablando de la intensidad emocional, del cuerpo que se rinde al deseo como si no existiera mañana, del "me vas a olvidar, pero no esta noche".

Porque el sexo fuerte no es solo hardcore.

Es conexión brutal.

Es entrega sin miedo a despeinarse, a romper una media o a que se escuche el colchón haciendo más ruido que tu reputación.


Y sí, hay una delgada línea entre que te amen con fuerza… y que parezca que están haciendo crossfit encima tuyo.

Por eso se valora al que lo hace bien. Gracias señor por esos hombres que no se guardan nada, que no miden generosidad pasional. Al que no pide permiso con palabras, pero lo hace con piel, con mirada, con presencia.

Ese que sabe que no se trata de apurar los trámites sino de tomarse el tiempo para penetrar sin miedo. Emocionalmente, físicamente, existencialmente.


Y cuando todo termina y quedás tirada como trapo en la cama, pensás:

"Quién puede quejarse de no haber recibido un ramo en primavera cuando se liga flor de cogida. Qué lindo fue."


lunes, 22 de septiembre de 2025

Síntomas febriles

 Entró al consultorio pensando "me siento rara".

Fiebre leve, malestar general y una ansiedad que se le notaba en las piernas cruzadas con demasiada tensión.


—Pasá —dijo el médico—. Te voy a revisar.


Lo miró y se mareó de verdad.

Era perfecto.

Torso ancho, antebrazos venosos, voz grave, ojos que te desnudan sin mover un dedo.

Y esas manos. Por favor, ESAS MANOS!


Se sentó. Él le tocó el cuello  para palpar las amígdalas y la calentura le subió hasta las orejas.


Y entonces sucedió.

Pero no en la realidad.

En esa dimensión paralela donde las fantasías se desatan sin pedir permiso.


Él cerraba la puerta del consultorio con llave.

Ella se paraba frente a él, dejando caer la camisa

La falda se abría sola.

Y ahí estaban:

Su lengua recorriéndole el cuello, los dientes en la clavícula.

Las manos del médico bajándole la ropa interior con la misma precisión con la que mide la temperatura.


La sentaba en la camilla y se arrodillaba frente a ella, como si rezara en un altar sagrado.

La boca húmeda, hambrienta.

Los dedos jugando entre sus muslos, deslizándose sin pedir permiso.


Ella gemía.

Él la miraba desde abajo, con los labios brillando y una sonrisa obscena.

Después la alzaba y la hacía suya con una fuerza que no enseñan en ninguna universidad de medicina.


Gemidos contenidos.

Respiraciones rotas.

La camilla que crujía como un testigo silenciado.


Y justo cuando iba a gritar, cuando el orgasmo la iba a partir al medio, la voz de él la sacudió.


—¿Estás bien? ¿Podés arremangarte para que te tome la presión?


Volvió al mundo real.

Seguía ahí, sentada en la camilla frente al doctor, con la ropa puesta y las mejillas rojas.

Él la miraba desconcertado.

Ella sonrió.


—Sí, perdón... me mareé un poco.


Se arremangó.

Y mientras él le envolvía el brazo con el tensiómetro, ella pensaba en que a veces el mejor sexo no se practica… se imagina.